martes, 3 de mayo de 2016

Mujer.

Dejaste ver un poco de tu muslo, un poco más arriba aún, él estaba lejos pero no te miró.

Sin entender lo que estaba pasando quisiste morir de deseo por un desconocido, por primera vez, te sentías invisible. 

Tu cuerpo, todas sus células,  se abrían como una flor que espera radiante el polen que consumara su existencia.

Inconsciente de esta fruición animal él desapareció delante de ti, con una indolencia hiriente se levantó y salió del local.

Humedeciste los labios intentando corregir lo que no era sed sino deseo y ausencia. La lengua se deslizaba con suavidad por el contorno de tu labio superior, obligatoriamente,  con lentitud, disfrutando instintivamente  el sabor a piruleta del glossy labial.

Tu pensamiento único era involuntario. Una palpitación íntima te sacudió. Tu mano acudió al socorro de ese lugar que tanta atención reclama a veces  y ejerciste una ligera presión sin pensarlo siquiera. 

Aún así lo seguiste con la mirada.... lo buscaste desde la silla húmeda... con la sensación de que estaría aún cerca, por fin lo descubriste ya fuera del local. Te abriste camino entre la gente de las mesas hacia él como atraída por un extraño efecto magnético. Tropezaste en el perfil de la puerta. Y caiste como lanzada por una voluntad ajena como si algo te hubiera empujado a sus brazos, a su torso y a su cuerpo endurecido por su extraordinaria virilidad. Sentiste esa mezcla de ridículo manifiesto por un lado y el placer de estrechar ese cuerpo como quien se aferra a una única rama para no caer al vacío. Y quedaste rodillas sujetándote con fuerza a sus piernas.

Sorprendentemente él te recogió de entre sus cuádriceps, rechazando su ayuda te levantaste,  te recompusiste la falda... te colocaste bien el zapato y, con el bolso en la mano, despeinada y cojeando levemente, con una media sonrisa en la boca te alejaste sin mirar atrás.

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