domingo, 20 de marzo de 2011

LA PALOMA.



Una mujer conocí un día sin nada especial, ya era mayor, andaba con su soledad a pasos lentos, nada que esperar, nada por vivir. El arrastrar de sus días no abría puertas ni expectativas. Sus zapatillas ajadas se quejaban de un destino descolorido y sin amor y quién sabe si se dolían aún más que sus propios pies. Una vida macilenta y gris. Me crucé con ella por la calle y nunca había reparado en su presencia aunque era de mi barrio.


Esa mañana, se encontró una paloma herida y enferma, como ella misma, sintió que ese animal desvalido era su otro yo, la tomó entre sus manos, descubrió su pata malformada por los hilos que la amputaban. Su doloroso caminar le pareció menor que su inmensa pena. La llevó a una clínica veterinaria cercana y la cuidó hasta que su curación le permitió recuperar el vuelo.


Le abrió la ventana de la cocina donde la alojaba conviviendo con el saco de patatas y la botella del aceite medio vacía, en medio de la precariedad de su hogar. La paloma voló y después de pequeñas evoluciones se posó tímidamente sobre el mismo alféizar. Intentó un segundo vuelo, esta vez más largo y bajó al suelo posteriormente. La mujer pensó que había ayudado a un ser, querido ya para ella, a recuperar la libertad. Se sintió reconfortada.


Cuando bajó a la calle, reconoció a la paloma entre las otras y se alegró, al parecer ya no estaba sola, su recobrada movilidad le había posibilitado una conducta socialmente satisfactoria y ahora era una más entre todas.


La paloma la vió y la siguió... pero, extrañamente, aunque sus pasos ya eran más ágiles la seguían en su lento deambular, ella se preguntaba ¿Qué querrá ahora ésta? Parecía burlarse de los torpes ademanes de la mujer. Entró en una tienda y la paloma con un pequeño saltito fue tras ella, la miraba con su ojo negro remarcado en blanco con un gesto interrogante estirando el cuello mientras inclinaba la cabeza.


De vuelta a su casa la paloma aún la seguía, le picaba suavemente la zapatilla cuando se paraba, iba de un lado a otro trantando de demorar su caminar para no dejarla sola. Así llegaron al portal.


Unos días después nadie había visto a la mujer en el barrio.

Los vecinos alarmados por su desaparición y dado que no tenía familia allegada llamaron a la policía, un fuerte hedor hacía sospechar lo peor. Cuando entraron, la mujer yacía en el suelo entre un charco de leche con un brik cerca.


La paloma, posada en una de sus manos, esperaba.


M.J.

22 de enero de 2011.

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