sábado, 24 de marzo de 2012

Se busca

Quise dejar de ser yo misma, enajenarme, huir de mi presente y de mi pasado y explorar otros futuros. Acariciar los rostros desconocidos, en las fotos de un día de primavera que no fuera mío y pensar aquéllas imágenes de mi infancia como un sueño eterno que no se me desvaneciera. Me imagino con mi cara, una cara que no conozco. Y me deconstruyo, me quito el pelo, me quito las cejas -que son lo más humano en unos ojos- me arranco las pestañas, me busco entre los pliegues de mi oreja, y modelo una nueva, querido señor Millaruelo. Ésta nunca más será testigo de tus sonidos de piano emergentes y vivaces, más que en el sueño. Aquel día en que junto a tu mujer tocabas el piano de cola de tu salón con olor a cera y a telas antiguas, a años de paciencia, y construías una arquitectura musical, espontánea y mágica, tus notas se elevaban y quedaron en esa nube ignota, sólo mía. Gloria, tu mujer, con sus ojos verdes de línea verde subrayados, te escuchaba allí como si sólo existierais tú y tu música. Recuerdo este momento, la campana llena de flores secas que me recibía a la entrada de tu puerta, y la bata de rosa inocente de ella, el sol se introducía por entre las densas cortinas como una órbita de minúsculos asteroides de polvo flotando en el aire de la tarde, que yo sólo acertaba a  intuir. Dijiste que te gustaban mis orejas. Años después, me arrepiento de ellas, de mis manos, de mis ojos, que tan poco han visto. De mis pies que hollaron otras muchas tierras y no dieron un paso en firme. Me arrepiento de mi cuerpo inútil, que sólo me sustenta. Y ahora, me pregunto qué me queda, sólo recuerdos, como el de aquella luz junto al aroma del té y las pastas bajo la sombra del adagio que saboreabas al final de tus días junto a Gloria, tu compañera, tu amante, y de tus dulces ojos con la mirada de un niño ilusionado. Y yo me busco en el lóbulo de aquel instante fugaz en que casi  fui otra yo.


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