La noche me sorprende con luces amarillas, cielo negro y habitantes solitarios que deambulan en silencio. Frío de mayo. Las casas calladas encierran sus secretos a mi mirada. La ciudad es un león dormido, sólo un coche que se dirige con determinación hacia algún lugar inquieta su sueño. Y todo es tan cotidiano e irreal que siento que estoy viendo el sonido del diapasón en si bemol; el son del tiempo que se nos escapa.
La vida como la ciudad está ahí y yo, como el diminuto vehículo, transito sin dejar rastro, sin hacer ruido, sigilosamente, humilde, y aunque aparento consciencia del camino, tampoco sé hacia dónde voy.
Mañana, el día traerá fe en otra realidad de idas y venidas, aglomeraciones, prisas, retrasos, informes, y creeremos saber hacia dónde nos dirigimos, y cuál es el vector que nos lleva.
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