Crónica de una guerra.
Entre bocadillos de chorizo y anillas de calamar un poema destila su sustancia como el ectoplasma de un espíritu que aún está tratando de ver la luz. Sin paz, el poema vuela y se desliza en la búsqueda de oídos sensibles a su mensaje.
Muchas bocas salivan a la vista de los manjares culinarios y las lenguas emiten ruidos sin tregua declarando la guerra a los oídos. El poema, esquivo a la frivolidad del rojo charcutero, huye y escapa.
Los oídos no encontramos el poema, no entendemos su mensaje porque en el fragor de la batalla el mensaje de los justos es débil.
Yo sólo he venido a comer, declaman las lenguas, ¿de qué me sirve un poema?¿de qué me alimentará el quejido de un violín?, ¿es que no puedo reírme? dicen algunas.
Pero es el alma del poema y el violín quien puede acallar el fuego de las papilas gustativas más caprichosas y superficiales. Y se hacen con la plaza, victoriosos, conquistan los corazones. El bar es nuestro.
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